
¿Piensas que necesitas hacerlo todo perfecto para no sentir culpa? Déjame contarte por qué eso no funciona
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El peso de la perfección y la culpa en las mujeres
Si alguna vez has sentido que:
"Si lo hago perfecto, nadie podrá reprocharme nada".
"Si no lo hago perfecto, me van a criticar".
"Si fallo en algo, significa que no me esforcé lo suficiente".
"Si decepciono a alguien, es porque no di lo mejor de mí".
Entonces, es posible que estés atrapada en la trampa del perfeccionismo como forma de evitar la culpa.
¿Por qué es una trampa? Porque por mucho que intentes hacerlo todo bien, la culpa siempre encuentra una rendija por la que colarse. Y si eres mujer, esa rendija es del tamaño de un elefante porque hagas lo que hagas, nunca será suficiente.
Siempre hay algo que podrías haber hecho mejor. Siempre hay una expectativa más alta. Y la culpa nunca desaparece, porque no viene de lo que haces, sino de lo que crees que deberías ser.
La presión invisible que soportamos las mujeres
Esta exigencia no aparece de la nada. Desde pequeñas, nos han enseñado que nuestro valor depende de cómo hacemos sentir a los demás y de cómo de bien cumplimos los roles que se esperan de nosotras.
Si eres madre, debes ser 100% dedicada, sin quejarte ni cometer errores.
Si trabajas, debes ser impecable, eficiente y demostrar el doble que los demás.
Si eres pareja, debes ser atenta, comprensiva y nunca demasiado exigente.
Si eres hija, debes ser responsable y no fallar a tu familia.
Si te sales de ese guión, la culpa te golpea.
Si pones límites, te dicen que eres egoísta.
Si te equivocas, te reprochas a ti misma sin piedad.
Si no cumples con todo, sientes que has fallado como persona.
Pero, ¿hasta cuándo vas a seguir cargando con este peso?
Vamos con un ejemplo real:
Un día, una amiga me invitó a su casa a comer. La comida riquísima, la conversación súper interesante y el ambiente muy agradable. Terminamos el postre y empecé a notarla inquieta. Entonces, me dijo algo así como "quédate tranquila, tómate un poco más de postre que yo vengo ahora".
Lo primero que pensé fue que le entraron las prisas por ir al baño... pero vi que se fue directa a la cocina.
A los pocos minutos, cuando oigo que sigue ahí, me levanto llevando mi plato del postre sucio y mi vaso de agua y cuando llego a la cocina me la encuentro fregando.
- Mujer, no te preocupes, que ahora te ayudo yo, no hacía falta que te pusieras a fregar todo ya.
- No, no, es que, ¿¡qué van a pensar los vecinos de enfrente si ven todo esto así con las horas que son?!
Me quedé a cuadros.
Mi amiga se sentía culpable por no haber recogido la cocina justo después de cocinar porque los vecinos del edificio de enfrente verían cómo estaba todo y la criticarían.
Todo esto para mostrarte que no importa cuánto hagas, la culpa siempre se puede colar por esa rendija porque el problema no está en lo que haces, sino en la creencia de que debes ser impecable para no fallar a los demás.
La paradoja del perfeccionismo: Cuanto más intentas hacerlo todo bien, peor te sientes
"Si lo hago perfecto, no tendré que sentirme mal".
Pero… a ver... ¿alguna vez ha funcionado?
Si fuera tan fácil, ¿por qué sigues sintiéndote culpable incluso cuando lo das todo?
Porque la culpa no desaparece cuando haces todo bien. Desaparece cuando aprendes a soltar la necesidad de control absoluto.
Si crees que hacer todo perfecto te dará paz mental, esto te interesa:
Siempre hay algo más que podrías haber hecho.
Cuando intentas evitar la culpa siendo perfecta, tu mente encuentra nuevas razones para sentirte insuficiente:
“Sí, lo hice bien, pero… debería de haberme organizado mejor.”
“Lo conseguí, pero… seguro que otra persona lo hubiera hecho mejor”
Siempre habrá un “pero”, porque la culpa no se basa en la realidad, sino en la sensación de insuficiencia.
Te deja en un estado constante de autoexigencia.
En lugar de sentir satisfacción por lo que haces, te presionas cada vez más.
Te cuesta delegar porque nadie lo hará tan bien como tú.
Te agobias con tareas pequeñas porque todo tiene que salir perfecto.
Vives en tensión, sin permitirte equivocarte nunca.
No puedes relajarte, porque siempre sientes que falta algo.
Tu bienestar queda en manos de la aprobación ajena.
Si necesitas la validación de los demás para sentir que lo hiciste bien, nunca tendrás control sobre tu propia tranquilidad.
Fíjate mi amiga, en vez de quedarse conmigo disfrutando de la conversación, se puso nerviosa y tuvo que ir a fregar por el qué dirán de los vecinos de enfrente (que creo que ni siquiera podían ver desde su casa si estaba la cocina recogida o no, dicho sea de paso).
¿Cuántas veces hiciste algo increíblemente bien, pero seguiste sintiéndote culpable porque alguien no te lo reconoció?
¿Cuántas veces te desviviste por alguien, pero si esa persona no lo valoró, sentiste que no hiciste suficiente?
Si tu paz depende de los demás, nunca estará en tus manos.
Cómo empezar a liberarte del perfeccionismo y la culpa
Si quieres romper con esto, prueba estos tres pasos:
1️⃣ Aprende a tolerar la imperfección
Si cada error te genera culpa, necesitas entrenarte en ver los "fallos" como parte del proceso.
Prueba esto:
Cada vez que cometas un error, respira hondo y repite: "Está bien, soy humana. No necesito hacerlo todo perfecto para valer."
Anota cada noche algo que hiciste bien (sin matices de “podría haberlo hecho mejor”).
Cuando empieces a valorar lo que haces en lugar de lo que falta, verás que la culpa empieza a perder fuerza, pero es una cuestión de entrenamiento: el cambio no sucederá de hoy para mañana.
2️⃣ Cuestiona la culpa cuando aparezca
Si la culpa es automática, necesitas desafiarla conscientemente.
Prueba esto:
Cada vez que te sientas culpable, pregúntate:
"¿Realmente hice algo malo o solo me estoy exigiendo demasiado?"
"¿Le diría a una amiga que se sintiera culpable por esto?"
Casi siempre, verás que no es culpa real, sino un hábito de autocastigo.
3️⃣ Suelta el miedo al juicio ajeno
Muchas veces, la culpa viene de preguntarnos "¿qué van a pensar los demás?".
Prueba esto:
Piensa en una situación reciente donde te sentiste culpable por no haber hecho algo “perfecto”.
Ahora pregúntate:
"¿De verdad importa tanto? ¿Dentro de un mes o un año, esto seguirá teniendo peso?"
"¿Estoy viviendo para mí o para cumplir expectativas externas?"
Cuando te des cuenta de que muchas de tus culpas son producto de lo que crees que los demás esperan de ti, será mucho más fácil soltar.
Ejercicio: Permítete equivocarte sin castigarte
Paso 1: Haz algo sin preocuparte por hacerlo perfecto.
Puede ser cocinar sin medir todo.
Hacer una tarea sin revisar 20 veces antes de enviarla.
Tomar una decisión sin analizar cada posible consecuencia.
Paso 2: Cuando termines, escribe cómo te sentiste (mínimo un párrafo).
Paso 3: Observa si realmente pasó algo malo por no hacerlo perfecto.
Conclusión: Te darás cuenta de que la culpa aparece por costumbre, no porque realmente hayas hecho algo mal.
La imperfección no es el problema. El problema es creer que necesitas ser perfecta para sentirte en paz.
No tienes que hacerlo todo bien para ser suficiente.
La culpa no se va cuando logras ser perfecta. Se va cuando te das permiso de ser imperfecta y sigues sintiéndote valiosa.
Hoy puedes elegir soltar la presión de tener que hacerlo todo impecable.
Hoy puedes empezar a tratarte con más compasión.
Hoy puedes recordarte que eres suficiente, incluso cuando te equivocas.
Si quieres aprender a gestionar la culpa y soltar la autoexigencia, puedes escribirme por email a [email protected] o directamente por Whatsapp aquí: